Espíritu de León y alas de mariposa.
Nada nos recuerda más nuestra fragilidad, que la enfermedad. Nuestro cuerpo no es más que el saco de huesos que siempre fue, pero cuando se daña, en mucho o en poco, nos enfrenta a la realidad de nuestra finitud.
De un momentos a otro las cosas pueden cambiar, una verdad de Perogrullo, pero verdad al fin. Aunque algunas veces, o todas, me pregunto si no es todo lo que cambia de un momento a otro.
Aferrados al cuerpo, decidimos no vivir, ocuparnos de los asuntos presuntamente importantes, del trabajo, del futuro, la escuela, las obligaciones, y no de las muchas y reiteradas postergaciones que engrosan la lista de cosas que haremos en nuestro tiempo libre, mientras que ocupamos el espacio con nuestro tiempo esclavo.
Motivado por el pedido de auxilio del espíritu, el cuerpo, a veces, decide mostrar su fragilidad, y nos hace redireccionar, aunque sea momentáneamente, para alertarnos, pero son muy pocas veces las que entendemos que nos quiere decir el cuerpo, la mayoría decidimos atenuar el dolor, enmascararlo con la falsa sanación medicamentosa, que no es más que un placebo inerte.
Y así las cosas buscamos alejarnos de la enfermedad, al punto de creer que la salud pasa por la vigorexia, por el ejercicio, por la actividad repetitiva, y casi siempre aburrida.
No contamos con tiempo, con ganas o con fuerzas para fortalecer el espíritu, como si la preocupación por lo temporal fuese un camino más simple, aun con toda su complejidad.
Finalmente, nuestro cuerpo, ni su fragilidad, trascenderán, nadie recordará aquello, ningún medico, ni enfermera nos recordará. Viviremos en el recuerdo de los que nos hayan conocido en espíritu, en nuestra acciones, en nuestros abrazos, en palabras de amor, en el tiempo que dedicamos a los demás desinteresadamente, en cada sonrisa ya que el llanto se olvidará también, entonces algunos sabrán aprender a tiempo, otros luego, algunos nunca.
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